Algo en el texto “Cicatrices”, http://diatribasyplacer.blogspot.com/2012/09/la-cicatriz.html, escrito por uno de mis tuiteros favoritos, @JorDelgado
no me gustó, es más llegó al punto de perturbarme. Lo leí y releí varias veces, tratando de entender qué me incomodó.
Intenté ponerme en los zapatos de la chica a quien el tuitero en cuestión dejó
tan mal, tan loca, y entonces mi incomodidad fue cobrando sentido, al pensar en el caso de muchos hombres que conozco, que
aparentemente dicen no estar orgullosos de haber causado a una o varias mujeres, dolor y las mencionadas cicatrices, pero
que en realidad, cuando escarbas un poco más en cada historia, parece que no solo están orgullosos, si no que
sienten un secreto regocijo de haberles provocado tal dolor porque eso
demuestra que los quisieron, quizás incluso más que ellos a ellas.
Es repetitiva la historia del hombre que deja a una mujer, quizás por otra,
quizás simplemente porque no funcionó, quizás porque en efecto ella tenía
comportamientos poco normales. Y a partir del abandono, ella pasa a tener el
título de “loca”, y muchas de las mujeres que empezamos a salir con aquel que
abandona a la “loca” nos creemos cuerdas y emocionalmente estables, al punto de
llegar a sentir lástima y molestia por “la loca” que hace shows, que hace
escándalos, que incluso llega a pegarse contigo, la que apenas está entrando en
escena y que nada tiene que ver con su relación pasada. Pero ustedes
caballeros, ¿se han cuestionado alguna vez cuál es su responsabilidad en el
hecho de que sus novias, amantes, amigas con derechos, esposas, reaccionen de
formas tan peculiares que hacen que todos las tildemos de locas?
Debo confesar que en varias ocasiones me ha tocado uno de esos hombres.
Esos que terminan con “la loca”. Uno de ellos, hace varios años, quizás el
primero que conocí con ese defecto de la ex loca o así tildada, no se cansaba
de describir las situaciones vergonzosas a las que su ex loca lo sometió, los
insultos que profirió en mi contra, las escenas de celos que tuvo que soportar
por el simple hecho de saludarme al cruzar un pasillo. Y claro, así contada la
historia, la ex en cuestión no tiene otro calificativo que el de loca.
Me sucedió también esto de hacerme enemigas gratis. La loca con la que
vaciló y que luego no podía dejar de lado lo sucedido, la loca que creyó que lo
dejaba por mí, la loca que hizo escándalos públicos, la loca que se inventó una
historia que no era. Ese montón de locas que hasta hoy escuchan mi nombre y se
sienten insultadas. Como si fuera mi asunto, como si hubiese sido yo quien las
abandonó, como si hubiese sido yo quien decidió poner fin a una relación que no
era mía. Pues no, Yo siempre he sido la tercera ficha. La que entra en el juego
cuando ya la loca es demasiado loca para caber en la vida de quien hasta hace
poco le bajaba el cielo y las estrellas. Me pregunto entonces si yo alguna vez he sido
“la loca”. A pesar de que no se me dan los shows, no puedo armar operativos
dignos de los equipos de élite de la policía, para comprobar que aunque
terminamos, él está con “otra”, no me gusta mentir diciendo la verdad y menos
podría enojarme con la nueva novia de aquel que queda en mi pasado, seguramente
alguna vez me tildaron de loca.
Leyendo el lado masculino de la cicatriz, se me aclara un poco el panorama.
No es que son tan locas, no es que de un día para el otro necesitaron camisa de
fuerza, no es que de la nada hacen shows y escándalo, no es gratis que insultan
a quien ahora ocupa el lugar que ellas creen inamovible y reservado exclusivamente
para sus desvaríos. No no no. Las mal llamadas locas son producto del hombre
que tuvieron a su lado. De un hombre que las engañó o que les fue infiel o que les
ofreció mucho y les dio poco, que fue tan hábil para saberlas amar y para saber
cubrir todas sus necesidades, deseos, caprichos, ansiedades y faltas, y que de
un día para el otro les dio la espalda, de cualquier forma en que se puede dar la espalda a alguien que se cree amada. Sin explicaciones, sin dramas, sin
despedidas, solo con ausencia. Las locas son producto de eso. De que hoy, un
hombre les dijo que las amaba, mirándoles a los ojos, se metió en su cama, las
amó, las cuidó, las escuchó con paciencia, y al día siguiente se fue. Y cuando
ellas despertaron, se dieron cuenta que ese hombre iba de la mano con otra,
reía con otra, salía con otra, usaba las mismas frases cariñosas con otra, le
regalaba las mismas caricias apasionadas a otra, le dedicaba las mismas
canciones, le llevaba a los mismos lugares, se pavoneaba en las mismas redes
sociales con la nueva adquisición como antaño lo hizo con ella, y a la pobre loca,
ya ni siquiera le regala una mirada por caridad. Y entonces la loca, se
convence (sin que necesariamente tenga razón) de que todo lo especial que se
creía ella con su amado, era tan solo una técnica aplicable a toda mujer que el
hombre en cuestión quiera enamorar, pues así, a punte detalles y alarde, cualquiera puede ser especial.
En esas condiciones de finales confusos, a medias, poco claros, llenos de
evasiones, cualquier mujer queda frágil. Muchas tratan de defenderse, de hacer
respetar sus sentimientos y lo hacen de la forma equivocada. Con shows, con
llanto desmedido, con reclamos desproporcionados, con agresiones a las nuevas
novias. Y quedan como locas porque gritan como locas, insultan como locas,
lloran como locas y hasta sus rostros se vuelven como de locas. Pero no lo son.
Son mujeres agredidas y ofendidas por tipos que jugaron sucio. Y no me voy a
pegar con ellos para victimizarlas, pues dudo que estos hombres hayan querido
lastimarlas tanto, dudo que lo planifiquen, que se ensañen con mujeres que
quizás no amaron, pero con las que al menos compartieron besos, palabras y tiempo.
Todos podemos querer salir con otros, estar solteros o simplemente hartarnos
de nuestra pareja y querer separarnos. Lindo fuera que lo hagamos con la misma
elegancia con la que hicimos la entrada en la relación. Y ese es el error de
las “locas”, sus heridas son tan grandes que pierden el norte, por lograr que
el que quiere irse, quiera quedarse, se dan mil y un veces contra la pared, y
se rompen mil y un veces el corazón. Ellas más que ellos se provocan tantas
heridas innecesarias.
Concuerdo con que las cicatrices son la prueba de que seguiste adelante
después de un golpe. No me parece un consejo sensato no mostrar el
enamoramiento. Primero porque en la cara de pendejos, se nos hace evidente (si,
a ustedes también, señores), segundo porque sería absurdo ocultar algo que
usualmente nos gusta vivir y tercero porque a la hora del enamoramiento, el
juicio y el discernimiento es lo primero que se pierde. La cicatriz no es el
problema, porque al final, pasa. Lo de paranoicas y de locas, nos queda solo si
dejamos que un idiota nos cague la psiquis porque al final ¿la idiota es la que
muestra que está enamorada o el que no sabe qué hacer con ese amor?
Así que las locas…, ni tan locas, caballeros.
Los que aquí se mencionan solo son el producto de un pensamiento donde la hombría se mide por cuantas mujeres tiene, sin saber que un hombre solo hace feliz a una mujer, Un verdadero hombre sabe apreciar la locura de una mujer donde el amar les hace libre, donde la belleza se busca dentro de la persona, donde la relación se basa en la seguridad y la confianza, no en su aspecto, aunque es gracioso la belleza se manifiesta de diferentes maneras, pero uno debe ser seguro de lo que quiere.
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