martes, 16 de octubre de 2012

Paul Sobol, el hombre que sobrevivió a Auschwitz

Aquí está más completa, con fotofrafías y más detalle la historia profundamente conmovedora de Paul Sobol, un belga que sobrevivió al campo de concentración de Auschwitz. La entrevista fue hecha en Bruselas, en mayo de 2012 y publicada en la revista Mundo Diners en octubre de 2012. Mi profundo agradecimiento a Paul y toda mi admiración por su valentía y capacidad de resiliencia.

Han pasado más de setenta años desde que Paul Sobol sobrevivió al campo de concentración más terrorífico de la historia de la humanidad: Auschwitz,  y cuenta la historia con la lucidez que podría resultar ajena a una persona de 86 años.  Sus ojos están enmarcados por arrugas que delatan su edad, su mirada es dulce y mientras cuenta sus vivencias, se pierde, como en la lejanía de sus recuerdos…
Paul nace en París, Francia, el 26 de junio de 1926, su padre, Romain es polaco y su madre, Marie, es rusa. Es el segundo de cuatro hermanos, Bernard es el mayor, Betsy y David son los últimos. Es una familia judía por herencia, pero no practican la religión. El papá, Romain es miembro del Partido Socialista. Paul recuerda haberlo acompañado a una manifestación contra la Guerra Civil española.  Romain trabaja como curtidor de pieles.
Su infancia transcurre de forma normal, como la de cualquier niño belga. Paul tiene siete años en 1933 cuando Hitler toma el poder en Alemania. Poco a poco el nazismo se expande por Europa, hasta que el 1 de septiembre de 1939, Alemania invade Polonia. La Segunda Guerra Mundial estalla. Poco después, Paul de 14 años vive el primer gran golpe de su vida. Su hermano Bernard, su ídolo, su ejemplo a seguir, muere de una perotinitis a los 18 años. Dos meses después Alemania invade Bélgica, Romain Sobol se une a la resistencia distribuyendo periódicos clandestinos en contra del nazismo.

Entrada a Auschwitz, hoy es un museo





Romain decide que es momento de que Paul aprenda el oficio de curtidor de pieles, pero a Paul no le gusta, él prefiere pasar sutiempo dibujando. Sin saberlo, esa afición le salvaría la vida.

En la época empiezan las primeras leyes antijudías, se les prohíbe ejercer profesiones como médicos o abogados, y son forzados a inscribirse en la Asociación de Judíos en Bélgica. A partir de entonces se les obliga a llevar una J en su cédula de ciudadanía y la estrella de David cosida sobre la ropa, de forma visible para que los judíos sean fácilmente identificables.  Cuando Paul la empieza a usar tiene 16 años. Sus amigos bromean con él, lo llaman el Sherif de la banda.
El 16 de julio de 1942, hay una deportación de judíos masiva en Francia, su país de nacimiento. En agosto, la policía de Bélgica colabora para la detención de tres mil judíos belgas. Paul está empezando su segundo año de la Escuela de Artes y Oficios. El director convoca a su oficina a todos los alumnos judíos y les pide que no vayan al día siguiente: los nazis van a hacer redadas en las escuelas. Romain Sobol decide que es momento de esconderse para salvar a su familia. Desaparecer.
Robert Sachs es el nuevo nombre de Paul Sobol en la clandestinidad, pero él se hace llamar PolBob. Toda la familia se traslada a otro barrio, un amigo logra conseguir un espacio de dos cuartos para la familia entera, sobre un taller de limpieza de ropa. Paul duerme en una cama plegable. Su mamá tiene miedo de salir, pues tiene un fuerte acento extranjero y se queda la mayor parte del tiempo en casa junto a David de 12 años, mientras Romain que habla perfectamente flamenco y alemán continúa trabajando para mantener a la familia. 
Paul tiene 86 años y vive en Bruselas

Paul encuentra un complejo deportivo en donde pasa todo el día practicando deportes. Es en esa época que conoce nuevos amigos, sale a bailar con ellos, va al cine y procura vivir la vida como un joven de 16 años. Entre esos jóvenes está Nelly, de la misma edad de Paul, de una familia muy católica. Paul está enamorado de ella pero no le puede revelar su verdadera identidad, de hacerlo pondría en peligro a toda su familia.
En barracas como estas, viajó Paul con su familia a Auschwitz
El 6 de junio es el Día D, el Desembarque de los Aliados en Normandia. Paul y su familia están llenos de esperanza. Parece que finalmente la guerra va a terminar. Sin embargo una semana después, hacia las once y cuarto de la noche, la Gestapo fuerza la puerta de la casa en la que la familia Sobol se esconde. Fueron denunciados. En su perfecto alemán Romain Sobol pregunta de qué se les acusa. Simplemente de ser judíos. El oficial a cargo reúne a los tres hombres de la casa y amenazándolos con el rifle los obliga a bajarse los pantalones y enseñarles el pene. “Ven, todos son iguales, sucios Juden, mentirosos”. A empujones y amenazas, la familia Sobol es llevada a Malines, al centro belga de concentración de judíos. Allí, los registran con su verdadera identidad, les obligan  a entregar todas las pertenencias de valor y les anuncian que serán deportados a Alemania. Paul se pregunta qué hicieron para ser tratados así. Piensa en Nelly. Sin explicarse cómo, llegan dos encargos para Paul de parte de su amada. En uno de esos, hay una pequeña foto de ella. Paul la dobla en ocho pedazos y la guarda como un tesoro. Durante su estancia en Malines, la familia Sobol se llena de esperanza. Los americanos están cada vez más cerca de Bélgica. Sin embargo estas se desvanecen cuando el 31 de julio, un mes y medio después de su llegada al campo, el convoy número 26 sale de Malines hacia el este con más de 800 personas, entre ellas la familia Sobol. Ese sería el último transporte de prisioneros deportados a los campos de concentración antes de la liberación de Bruselas.

Cerca de 60 personas viajan en el mismo vagón que Paul. En una esquina hay una especie de balde donde los viajeros hacen sus necesidades. Cuando todos están instalados, el tren se va hacia el este. Nadie sabe qué pasará. Paul toma la foto de Nelly y la mira. Toma un lápiz y sobre un pedazo de papel higiénico, le escribe contándole su traslado, y con la esperanza de verla pronto, anota la dirección de la joven y tira el mensaje por un agujero, confiando en que alguien lo encuentre y se lo dé. Paul no sabía que su mensaje llegaría a manos de su amada Nelly.
Sin agua y sin comida pasan tres días y tres noches hasta llegar a Polonia donde se abren las puertas: están en el campo del terror. Junto a Auschwitz está Birkenau, allí se ubica la plataforma en la que se hace la selección de prisioneros. Paul habla flamenco, y por su parecido al alemán, logra entender los gritos de los soldados “Schnell, schnell”, “rápido, rápido”. La selección consiste en separar a los hombres de un lado, las mujeres del otro. Ahí Paul ve las primeras acciones violentas. Un hombre no quiere ser separado de su mujer y sus hijos. Un soldado de las SS se acerca y lo golpea. Paul no entiende qué pasa. Su madre y su hermana quedan al otro lado, junto a las mujeres. Paul quiere decirles adiós, pero no puede. En pocos segundos las pierde de vista. Busca entre la muchedumbre el rostro de su madre. Todos los hombres vuelven a ser puestos en dos columnas. Paul, su padre y su hermano David quedan en el lado derecho. A la izquierda es la fila de enfermos, viejos, discapacitados. Schnell, schnell! Los conducen a la entrada de un edificio, de tres en tres, en fila india, les dan la orden de desvestirse. Al entrar Paul ve los prisioneros con su uniforme gris a rayas azules. Sin darse cuenta y sin explicaciones, uno de esos prisioneros se encarga de raparles toda la cabeza y el pubis. Les pasan luego un cepillo con detergente por todo el cuerpo, en otra habitación cae agua del techo. Siguen pasando rápidamente hasta un cuarto donde están soldados SS y más prisioneros con un registro en el que anotan nombres, apellidos, lugar de nacimiento, edad, profesión. Uno de los prisioneros junto al soldado SS le toma del brazo izquierdo y le tatúa el número que le corresponde, B-3635. En la mano derecha, Paul esconde la pequeña foto de Nelly. Todo pasa tan rápidamente que no logra entender qué sucede. Junto a los otros prisioneros, se incorpora nuevamente a la fila. Corren. Les entregan unos uniformes. Mira a su alrededor tratando de ver un rostro conocido. Pero desnudos y sin identidad, todos se ven igual. Una vez vestidos, caminan durante dos o tres kilómetros. Es de noche y Paul logra distinguir dos filas de alambre de púas. En una de las filas, cada cierto espacio hay rótulos blancos con un dibujo de una calavera en rojo. Los cables son de alta tensión. Pasan luego por una especie de entrada. En la parte superior dice “Arbeit macht frei[1]. Se abre el portal, todos entran y se vuelve a cerrar. Les ubican en una habitación vacía, sin camas, sin mesas, sin nada. Son cerca de cien personas. Se acuestan en el suelo para dormir. A las cinco de la mañana se abre la puerta. Entran los SS con matracas, acompañados con los colaboradores que llevan palos. Así empiezan a convertirse en buenos esclavos. Paul ya no es Paul. Es B-3635. A gritos les dicen Jude Untermenschen[2], y les obligan a levantarse.
Aún hoy se puede ver el número de prisionero en el brazo de Paul


El papá de Paul habla polaco, alemán, francés y flamenco, por lo que puede comunicarse con otros prisioneros.  Es así como Romain se entera que están en Auschwitz, y que esa habitación en la que les ubicaron es el Bloque de cuarentena la reserva de prisioneros para cuando otros mueren. Le explican que la primera selección que se hace fue la de la noche anterior. Romain pregunta qué sucede con aquellos que fueron puestos en la derecha. El prisionero le explica, entre dientes, que ellos se escapan por la chimenea. Ni Paul ni Romain entienden que se refiere a las cámaras de gas[3] y los hornos crematorios, que les está diciendo que la única forma de salir de Auschwitz, es como ceniza. Paul recuerda entonces los camiones blancos con el logotipo de la Cruz Roja que estaban cerca de la plataforma de selección. Los alemanes informan que hay epidemias en el campo, que hay que darse una ducha, que los viajeros que estén enfermos pueden subir en el camión. Entiende entonces que en realidad los camiones eran una trampa para evitar el pánico. Todos los incautos, las mujeres con sus hijos, los ancianos, los enfermos, son conducidos a una habitación grande, en la que había un gancho para colgar la ropa y un número. Los soldados pedían a los prisioneros que recuerden el número en el que dejaban sus pertenencias, para que cuando salgan de la ducha, puedan recogerlas. Confiados, todos se desnudaban, y entraban a la habitación. En el techo había una especie de tubería, con agujeros, por donde, pensaban ellos, saldría el agua para desinfectarlos. Lo único que salía por ahí era gas, Zyklon B. En veinte minutos todos morían asesinados. Había entonces un comando especial, Sonderkommando, que estaba encargado de abrir las puertas, mover los cadáveres, cortar el pelo, quitar los dientes de oro y llevar los cuerpos a los hornos crematorios. Las cenizas eran luego usadas para abono o eran lanzadas en el Río Vístula. Eso era Auschwitz: la fábrica de la muerte. Pero nadie sabía a ciencia cierta lo que pasaba, pues con clara eficiencia alemana, los soldados trataban de dar confianza para evitar el pánico, por eso crearon un mecanismo bien estructurado de engaño para que nadie sepa cómo se asesinaba. Paul pronto se dio cuenta que los prisioneros solo valían como herramienta de trabajo. Arbeti Macht Frei. Solo si trabajas sobrevives, si trabajas puedes comer, en la mañana te sirven una especie de agua caliente que llaman café, al medio día es un litro de una especie de caldo de col, una sopa melosa, con alguna papa que nada por ahí. Si le agradas al kapo[4] te puede ir un poco mejor, te dará lo que sobre al fondo de la olla. En la noche comerás 250 gramos de un pan pegajoso con un pedazo de salchicha y margarina. Eso es todo. Las calorías están calculadas para que los prisioneros duren 3 meses.
Frascos vacíos de Zyklon B reposan hoy en el museo Auschwitz


Para salir de la cuarentena, y a pesar de no saber nada de carpintería, Paul se ofrece como voluntario de carpintero. Lo llevan a un subsuelo donde está el comando al servicio de las SS. Ahí hay plomeros, pintores y verdaderos carpinteros al servicio de los oficiales de la SS que viven con sus familias en casas a las afueras del campo. El kapo del comando es un ucraniano llamado Igor que usa el trabajo de los prisioneros a su favor. Un polaco fabrica cajas para los cigarros que luego serán intercambiadas con los civiles que trabajan en Birkenau. Paul se da cuenta que no va a poder engañarlos porque no sabe fabricar nada, y entonces se acuerda de su habilidad para el dibujo, toma una caja y empieza a pintar sobre la tapa. El kapo, pensando que Paul sabotea el trabajo, se le acerca con un gran mazo, dispuesto a  golpearlo pero cuando ve el dibujo, se detiene. Sabe que así, las cajas ganarán valor. Paul se convierte en una herramienta útil para Igor, al kapo le conviene mantenerlo con vida. Entonces empieza a darle una papa extra en la sopa, pan y cigarrillos. Estos últimos son la moneda de intercambio en el campo.  Además tiene un oficio al abrigo de los climas extremos. Cada y quince días se encuentra con su padre y eso le da fuerza. Gracias a que el kapo entiende la utilidad de Paul, él logra tener ciertos beneficios; obtiene ropa limpia y en mejor estado que la anterior, botas nuevas y abrigos para soportar el invierno. Toma también ropa para dársela a su padre. De vez en cuando mira la foto de Nelly y piensa en que debe sobrevivir para ir a buscarla. No sabe nada más de su familia, al único que ve cada dos semanas es a su papá. El cansancio, el miedo, el hambre, no le permiten concentrarse en nada más que sobrevivir.

Esa es la foto de Nelly que Paul guardó cuando fue prisionero

Las condiciones de vida son extremadamente difíciles, hay epidemias que diezman a la población ya débil por las condiciones. La mayoría de prisioneros mueren de debilidad provocada por el excesivo trabajo y la falta de alimentación. Otro de los tormentos es el llamado de lista. Sin importar las temperaturas, cada tarde luego del trabajo, los prisioneros deben formarse y responder a la lista. Deben estar todos; los vivos y los muertos. En ese ritmo tan duro de vida, Paul mira a jóvenes de su edad, lanzarse desde las barracas hacia los alambres electrificados para suicidarse. Entonces Paul confirma lo que ya pensaba antes de la guerra: Dios no existe. Un dios jamás podría permitir que sucedan horrores como los que viven millones de personas en Auschwitz.
Así se ve hoy una de las cercas electrificadas en la época de Auschwitz

Se acerca el invierno. Cada cierto tiempo hay selección de judíos y miles son enviados a las cámaras de gas. Cada vez se escuchan más rumores sobre el fin de la guerra. Llega enero. Los rusos avanzan por todos los frentes. Se escuchan los cañones a lo lejos. Auschwitz debe ser evacuado. Las temperaturas son de veinticinco y treinta grados bajo cero. Inicia la llamada “Caminata de la muerte”. Los prisioneros salen en plena noche hacia la carretera. Para Paul es el inicio de un camino hacia el infierno. A los lados quedan los cadáveres de los que no resisten. Cuando algún prisionero intenta vanamente escaparse, los solados alemanes lo matan a palos o con un balazo. Al caer la noche, todos están extenuados; los alemanes buscan abrigo del frío para descansar unas horas, pero los prisioneros duermen a la intemperie. Al día siguiente, pocos se despiertan. La caminata continía durante tres días hasta que llegan al campo de Gross-Rosen, en el occidente polaco, a 200 kilómetros de Auschwitz. Allí reciben un poco de pan y se marchan nuevamente en un tren de mercadería. El frío sigue cobrando vidas. Paul solo piensa en sobrevivir una hora, un día. La muerte ya no le afecta, es algo banal. No se inmuta cuando un hombre cae a su lado, cuando otro no despierta de su sueño. Cinco o seis días después se abren las puertas del vagón. Están en el norte de Alemania, el campo de Dachau. Nuevamente es puesto en cuarentena. Se entera que Auschwitz fue liberado por los rusos nueve días después de su salida, siete mil quinientos prisioneros fueron encontrados con vida. A principios de febrero se entera que Bélgica fue liberada en su totalidad. Cada vez que piensa en Nelly mira su foto. Hay otra deportación, está vez lo llevan a un sub campo de Dachau, allí los alemanes construyen armas. A Paul le da disentería y va a parar a la enfermería. A su alrededor el olor a muerte y podredumbre es intenso. Como una señal milagrosa, la cocinera de este campo es una conocida de Paul y le da comida adicional en secreto. Nuevamente y a pesar de las condiciones logra sobrevivir.
Llega abril pero los prisioneros no saben nada de la guerra. Hay una nueva deportación, durante el trayecto hay un bombardeo de los aliados, Paul se da cuenta que otros prisioneros empiezan a escapar. Sin pensarlo demasiado, toma la mano de su compañero de vagón, Jean, y en medio del desorden, logran escapar. Escucha los disparos tras de sí, mientras corre lo más rápido que puede. Llegan a una granja, junto con Jean, otro prisionero y se esconden. Poco después oye la puerta que se abre y las voces de los soldados. Jean y Paul logran esconderse, conteniendo la respiración, y los soldados, sin encontrar nada, se van. A lo lejos, escuchan el ruido del tren que se vuelve a poner en marcha. El dueño de la granja sale y los encuentra intentando huir. Les apunta con un fusil de caza. Paul le suplica por su vida. Le convence, diciéndole que la guerra está por terminar que si él les ayuda, cuando lleguen los aliados, Paul les contará que el granjero los salvó. Antes de que el dueño de la granja pueda reaccionar, Paul y Jean están corriendo. El granjero dispara a sus espaldas, los dos jóvenes logran escapar de milagro. Buscan refugio en una iglesia, el cura los protege y quema sus uniformes de presos. Paul se desmaya de la debilidad y al desperar, ve a unos soldados franceses. Le pide al cura que los llame y con ellos se comunica, explicándole las condiciones en las que se escapó y pidiéndoles ayuda. Los soldados, prisioneros de guerra de los alemanes, les prestan unos uniformes de solados, para que puedan quedarse con ellos. La primera noche casi mueren cuando los soldadosy les comparten toda clase de comida, pues habían pasado demasiados meses casi sin comer, y al ver pollo, vino y paté, no pudieron resistir el hambre y se comieron todo sin medida.
Paul recuerda con perfecta claridad su historia en Auschwitz
El 1 de mayo, cumpleaños de Nelly, la ciudad en la que Paul y Jean pasaron los últimos días es liberada por soldados norteamericanos.

El regreso a casa toma un par de semanas; como Paul tenía nacionalidad francesa, es conducido por la Cruz Roja hasta París, pero él quiere volver a Bélgica. Es difícil cruzar la frontera, pero su angustia por volver a ver a su familia y a Nelly lo empuja a buscar soluciones. Así, logra pasar como un encargo, hasta la frontera, donde lo recibe un camión de la Cruz Roja y lo lleva hasta la estación de tren en donde pasará su primera noche, junto a miles de otros prisioneros repatriados. Ya en su ciudad, Paul llama a un amigo para que lo aloje. No tiene a nadie más. No sabe qué sucedió con su familia, guarda aún la esperanza de reencontrarse con ellos. El amigo de Paul vive frente a librería de los padres de Nelly. Cuando Paul llega, mira a través de la ventana y la ve allí, tan cerca de él. Ya no tiene que mirarla en la foto, la tiene a una calle de distancia. Paul siente que vuelve a vivir.
Su retorno a la normalidad va de a poco. Espera en vano el regreso de su familia. Solo Betsy sobrevive a Auschwitz. Pasan décadas sin que Paul sepa de sus padres y su hermano. Sabe que ya no puede seguir esperando y una vez más su habilidad para dibujar le permite encontrar trabajo en el ámbito de la publicidad. Se muda a una pieza en el mismo barrio de Nelly. Va reconstruyendo su vida. Volverla a ver es como volver a la vida. No falta quien le ayude. Quiere ofrecerle un futuro a Nelly, los padres de ella no están seguros de la vida que le espera a su hija junto a un hombre sin dinero, sin profesión, sin familia, pero Paul persiste, pues de algún modo, Nelly salvó su vida al darle un motivo para vivir mientras estuvo en Auschwitz. Paul que no cree en Dios, se convierte al catolicismo y finalmente se casa con su amada “Niní”.
Paul no considera que tuvo suerte, al contrario, él y su familia fueron deportados a Auschwitz en el último transporte, apenas semanas antes de la liberación de Bruselas, perdió todo contacto con su padre aunque estaban en el mismo bloque y formó parte de los prisioneros que salieron en la Caminata de la Muerte una semana antes de la liberación del campo. Lo que cree es que su vida se debe a una serie de pequeños milagros que le permitieron sobrevivir, hechos pequeños como los pedazos de comida extra, o que Nelly haya recibido la carta que Paul tiró desde la ventana del vagón, permiten que hoy él vea su historia de una forma esperanzadora.


Paul escribió un libro contando su historia en Auschwitz

Paul demoró mucho en contar su historia. La cobijó de un profundo silencio durante más de cincuenta años, hasta que regresó a Auschwitz en un viaje con profesores de secundaria. Auschwitz, el campo en el que murieron millones de personas[5], el último lugar en el que vio a sus padres y a su hermano. Y ahí tuvo que enfrentarse con su propia historia, tan similar y tan diferente de la de millones de prisioneros de campos de concentración. Desde entonces Paul da testimonios para estudiantes secundarios, habla para la prensa, cuenta su experiencia, y da un mensaje de vida, de amor, de esperanza… Dice que quienes le escuchan son sus psicólogos, le ayudan a sanar una historia guardada por demasiado tiempo. Paul no olvida ni perdona, pero tampoco piensa mucho en eso, eso es el pasado. Su marca aún tatuada en el brazo no es nada más que una parte más de su vivencia. No odia a nadie. No piensa en vengarse, de quién, se pregunta, ¿de quién me voy a vengar? ¿de todo un pueblo? ¿por qué hacer pagar a los jóvenes alemanes de hoy los errores de sus abuelos? No, el quiere que los jóvenes sepan que Auschwitz fue terrible, fue la muerte, fue el infierno, pero ya pasó.

Paul lo perdió todo siendo muy joven. Años después se enteró cómo murió su familia. Su madre no sobrevivió al tifus que contrajo en Bergen Belsen. Su padre Romain y su hermano David marcharon en la caminata de la muerte pero Romain fue dirigido hacia Checoslovaquia, mientras que Paul fue hacia Alemania. Romain murió de hambre en la celda en la que fue encerrado junto  a otro prisionero por intentar escapar, mientras que David subió a un camión que los alemanes pusieron a disposición de los prisioneros extenuados. Todos fueron asesinados.
El pequeño altar que Paul le ha hecho a Nelly en la casa de ambos
¿Y Nelly? Nelly es el amor de su vida. Estuvo casado con ella más de sesenta y cuatro años, hasta que ella murió de Alzheimer en marzo de este año. Paul no siente que se fue, ella sigue con él en cada historia, en cada recuerdo, en cada testimonio. De ella y de su historia común le quedan sus hijos Alain y Francine y sus tres nietos.

Hoy en día Paul quiere dar un testimonio de lo que fue su experiencia en el campo de la muerte para que un Auschwitz jamás se vuelva a repetir.


Otras crónicas:

Crónica de una muerte
Crónicas de Haití
Una noche como operadora del 911

Otros personajes:
Amado bajo la cruz
El Paulino
Peleando con gigantes




[1] En alemán “El trabajo os hará libres”
[2] En alemán “Judías, inferiores a los hombres”
[3]En Auschwitz I y II llegaron a construirse cinco cámaras de gas y cinco crematorios. En 24 horas podían ser asesinadas quince mil personas

[4] Los Kapo eran los encargados de los prisioneros, eran criminales liberados de las cárceles alemanas, eran violadores, asesinos, muy antisemitas. Tenían un triángulo verde sobre el uniforme para distinguirlos.
[5] La cifras del Memorial y Museo de Auschwitz es de 1,5 millones de muertos pero hay que tomar en cuenta que miles de personas que llegaban a Auschwitz eran directamente dirigidas a las cámaras de gas, donde eran asesinadas sin siquiera tener un registro de cuántos eran. Por eso se calcula que hasta cuatro millones de personas pudieron morir ahí.

3 comentarios:

  1. Realmente me ha impactado ésta historia, millon gracias por ponerle a consideración nuestra, felicitaciones por el narrador de ésta historia, un hombre admirable.

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    1. Gracias por el comentario. Justamente la idea es difundir estas historias para que no queden en el olvido.

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    2. Muy impactante la historia y bien escrita, a uno lo lleva a engancharse desde el inicio. Gracias por compartirlo

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